El sueño de una domesticidad bohemia

G. B. Shaw subtituló Heartbreak House (La casa de los corazones rotos) como «Una fantasía en el estilo ruso sobre temas ingleses,» y el crítico Charles A. Berst ha diseccionado de manera excelente esta influencia rusa en la obra, que se debe por un lado a la asunción de un tono dramático que se asienta en la irrealidad de la ilusión y el sueño, a la manera de Chekhov, y, por otro lado, en lo que respecta a la carga temática, en una deuda notable a Tolstoy.

El ensayo de Charles A. Berst («Heartbreak House: Shavian Expressionism») fue incluido por Harold Bloom en su volumen recopilatorio de ensayos sobre George Bernard Shaw para la serie «Modern Critical Views.» Se trata de un ensayo crítico tan perceptivo y sutil en sus apreciaciones y en su estilo que nos hace pensar que la crítica constituye ciertamente el lado anverso de la literatura, y que toda gran obra literaria está sólo a medio terminar hasta que encuentra la plasmación ideal en un ensayo de su ethos.

Es sabido que G. B. Shaw escribía prefacios casi tan largos como sus obras teatrales, y este es casi el caso con Heartbreak House, que contiene un detallado esquema de presentación en el que Shaw se explaya sobre las predisposiciones temáticas de la obra. Por un lado están los dos grupos sociales dominantes que él identificaba en Europa en general y en Inglaterra en particular, por el otro lado, el trasfondo de la primera guerra mundial. Shaw intenta responder a esta pregunta: ¿qué tipo de sociedad ha sido responsable de la caída moral que supone la contienda? Su análisis parte fundamentalmente de Tolstoy. ¿Recuerdan aquellos salones ociosos en los que la aristocracia rusa se resguardaba de la realidad en Guerra y paz? Aquéllos son el antecedente de las salas y jardines de estas casas llenas de libros, viejos pianos y trastos, cuyas pequeñas mesitas acogen bandejitas de té a cualquier hora del día, con portalones que van a dar a jardines sólo medianamente cuidados, y lo más importante, que no contienen establos de caballos.

Para Shaw la sociedad inglesa a las puertas de la primera guerra mundial se divide en estos dos grupos: los bohemios (que moran en la Casa de los Corazones Rotos) y los equestres (que habitan Horseback Hall, o, la Mansión de los Caballos). Los «equestres» en la obra están representados por Lady Ariadne Utterword y su marido, un eficiente y poco imaginativo administrador del Imperio, que es capaz de trabajar dieciséis horas seguidas alegremente solucionando cualquier nimiedad burocrática. Por el contrario, a Hesione Hushabye, la matriarca de Heartbreak House, le encanta dormir. El sueño es en la Casa de los Corazones Rotos un ingrediente más de la vida diaria, como también lo es la hospitalidad: acogen a la neófita Ellie Dunn, que se encuentra frente al dilema de si aliarse con la Casa de los Corazones o a la Mansión de los Caballos… y no menor importancia tiene para la familia de Shotover, el capitán de la casa – barco de Heartbreak, la inspección psicológica de todos sus visitantes. 

Parece que dijeran los habitantes de Heartbreak House a sus visitantes: «¡Venid! ¡Seréis bien recibidos! ¡Pero no nos responsabilizamos de lo que podamos pensar de vosotros!» Y es así que la joven pero pobre Ellie, su padre el idealista pragmático y fracasado Mazzini, y el rico y poco escrupuloso empresario que pretende a Ellie son todos diseccionados en Heartbreak House, y, finalmente, el único que termina mereciendo unánime condena es el rico estafador Mangan. 

Los habitantes de la Casa de los Corazones Rotos son las clases cultivadas, adecuadas para el poder (la navegación de la casa-barco), pero han caído en el bohemianismo, en la pereza, en la neurosis, en «el sueño de una harlequinada apocalíptica» (Berst) y, los otros, los «ecuestres,» están más que dispuestos a tomar el timón. Captain Shotover nos advierte de que el arte de la navegación también es aplicable a nuestra propia vida: «¡Navegación! Apréndela y vive; o déjala y sé maldecido.»

En mi primera lectura ya identifiqué al capitán Shotover con Dios, y lo cierto es que se trata de un personaje preocupado por explicar «las maneras» de Dios. No cree en la Providencia de Mazzini. Es nuestra responsabilidad navegar correctamente por nuestra vida, así como gobernar nuestras naciones con juicio. La vida es un mar abierto en el que la naturaleza mide sus fuerzas con el hombre, y entre cuyos remolinos se revela la mano de Dios para el observador espiritualmente instruido.

(Originariamente publicado el 25 de noviembre de 2012)

De pronto, se fue el amor

ParaNoVolver

Después de visitar a su hijo Pablo, que se ha casado con una hermosa doctora en Leyes en Alemania, Elena, una barcelonesa criada en la burguesía de su ciudad, que acaba de rebasar los cincuenta años y que trabaja en una productora, regresa a su vacía casa de Barcelona profundamente deprimida. Su marido Julio, un prestigioso director cinematográfico, está en Nueva York celebrando el estreno de su última película. Ella sabe que le acompaña una nueva amiga, una jovencita no muy distinta a como ella fue a su edad. Sin saber cómo ni por qué, Elena empieza a llorar todos los días ante las películas sentimentales que se exhiben en los cines de barrio, y algún conocido le concierta su primera cita con un psicoanalista de la Universidad de Rosario, en Argentina, cuyos únicos temas tabú son el feminismo, la religión y los psiquiatras. Así comienzan la serie de sesiones en el despacho de su psicoanalista, “el Mago,” en el “santuario-burdel,” en torno a las cuales gira el hilo de la novela y que provocarán profundamente las pasiones de la paciente al tiempo que el Mago le hace confrontar los miedos y los anhelos que anidan en su interior. ¿Cuál es la validez real del inhumano método empleado por estos “acólitos de Freud”? ¿Sufre realmente Elena de envidia de las mujeres de sus dos hijos? ¿Ha sido herido su narcisismo por la reciente aventura de su marido? ¿Tiene un complejo de castración, causado por su retraimiento, que le hace envidiar la audacia y la pasión vital de sus amigos Eduardo y Andrea? ¿Arranca su frustración del sentimiento del fracaso de su generación frente al ideal de cambiar el mundo? ¿Cuáles han sido, finalmente, los errores y los aciertos en su papel como madre y como esposa?

Elena intentará encontrar la respuesta a estos interrogantes en torno a las tortuosas sesiones de psicoanálisis, que le parecen un juego complicado o una trampa, que tienen lugar puntualmente todas las tardes a las cinco, y a las que acude sin falta, unos días sintiéndose ridículamente sumisa, otros, eufórica, tratando de alguna manera de descubrir cuál es el cocodrilo que se esconde debajo de su cama, la naturaleza del pecado que ha cometido y que la devora por dentro, de hallar un remiendo o un parche que le posibilite seguir adelante, aunque ésta, su nueva vida de “vieja dama indigna” esté lejos de satisfacerla íntimamente. Pronto se dará cuenta de los peligros del juego psicoanalítico, al tiempo que se desarrolla su obsesión con el Mago, al que también denomina “el Impasible” o “el Imperturbable,” debido al doloroso efecto que ejercen sobre ella las “sesiones de castigo” en las que éste apenas le dirige la palabra. Al cabo del tiempo, la sustancia de las sesiones se repetirá en su mente incansablemente, y la novela entera consiste en el intenso monólogo por el que nos narra su experiencia psicoanalítica, y así nos la encontramos imaginando posibles situaciones con su analista, calibrando las historias que le podría contar y las respuestas que obtendría, o incluso concibiendo memorias falsas con las que satisfacer las expectativas freudianas del Mago. La vida es para Elena, al fin y al cabo, como esta novela misma, “un monólogo lleno a partes iguales de farsa y verdad.” Para no volver es una novela sobre la necesidad imperiosa, narcisista, de fantasear nuestras propias vidas, para vivirlas en las palabras y en las imágenes con las que nos las contamos a nosotros mismos, para mantener viva la ilusión de que somos unos seres especiales y de que decididamente merecemos, tal como anhela Eduardo, que una postergada, ansiada sorpresa nos aguarde en el buzón todas las mañanas.

(Originariamente publicado el 13 de julio de 2013)

De las extrañas comunicaciones entre las almas

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La historia de Todas las almas es el relato de una perturbación, pasajera y leve, pero que ha dejado en el narrador (quien es llamado N. a falta de otro nombre) una huella indeleble que él se esfuerza por mitigar. Desde un tiempo presente en que está casado en Madrid y con un hijo recién nacido, N. hace un ejercicio de memoria de su estancia en la ciudad de Oxford, a la que llegó como profesor visitante de español para una estancia de dos años, ciudad que parece propiciar un peculiar modo de existencia por el que se le da preponderancia al “estar” sobre el “actuar.” Para N. vivir en Oxford es estar “fuera del mundo,” y todos sus habitantes en mayor o menor grado parecen sufrir de una perturbación. Así, la vida de académicos como Alec Dewar, el Matarife, es más una vida imaginada, una sombra de vida, que una vida real… N. es capaz, sin embargo, de ofrecer una perspectiva crítica hacia su propia perturbación durante el conjunto de su estancia en Oxford. Esta peculiar afección se ve incrementada por el conocimiento de que nadie allí le ha conocido en su infancia ni en su juventud, y también, especialmente durante la primavera, por la calidad inmutable de la luz de Oxford en los días más largos. Pero precisamente este desligamiento de la ciudad de Oxford le libera de cualquier sentimiento de responsabilidad. Al comienzo de su etapa allí es consciente de que cuando regrese a su ciudad, Madrid, su vida recuperará la estabilidad y la sustancia; Oxford es meramente “territorio de paso.” Pero su estancia va a ser lo suficientemente larga para que sienta que necesita procurarse un amor para ese tiempo.

Es así que primeramente se fija en una muchacha que conoce en la estación de tren de Didcot, en un trasbordo, y a la que durante una temporada, antes de conocer a la que sería su amante en Oxford, Clare Bayes, busca sin muchas esperanzas recorriendo las calles de la ciudad. Pero su primer encuentro con Clare Bayes durante una cena formal en un college saca a la muchacha de Didcot de su cabeza. En realidad necesita a una mujer que se conozca a sí misma y que sea capaz de otorgar significación a cada uno de sus actos. Pero durante cuatro semanas hacia el final de la estancia de N. en Oxford Clare se mantendrá alejada debido a que debe cuidar a su enfermo hijo Eric. Este tiempo será para N. el más duro de sobrellevar, sus vagabundeos por las librerías de viejo de Oxford en busca de volúmenes de autores raros como el galés Arthur Machen se intensificarán, y con ello su sentimiento de alienación y desconcierto respecto a sus verdaderos sentimientos hacia Clare y su propio lugar en el mundo. Precisamente, nos relata N., en la primavera Oxford se llena de mendigos también dados a vagar por las calles, como él, con lo que crece su pavorosa sensación de identificación con ellos.

Éste es sólo uno de los modos en los que la perturbación de N. toma forma. Lo cierto es que el nombre del college al que él y Clare están adscritos, All Souls – Todas las almas – sirve como enunciación del tema que da fondo a la novela. Se trata del tema de la capacidad de las almas de los vivos y los muertos para enredarse, entrar en contacto y sobreponerse unas a otras, compartir vivencias, sentimientos, dolor… por la que la vida propia de N., al entrar en esta dinámica en Oxford, ciudad preservada en almíbar, como ciudad muerta o ciudad de los muertos, le ocasiona el origen de su pasajera pero existente perturbación. Y es así que N. empieza a sentir cómo su propia alma empieza de alguna manera a diluirse, comienza a identificarse con las de los otros. Por ejemplo, en ocasiones le gusta ponerse en el lugar del marido de Clare Bayes. También ocurre que Will, el viejo portero de la Tayloriana, da en identificarle cada mañana con un profesor diferente de los que ha conocido en su larga vida trabajando en la institución, e incluyendo a un tal Mr Branshaw al que nadie nunca ha conocido. Pero su obsesión con la vida y el destino del poco conocido escritor Terence Ian Fytton Armstrong (“John Gawsworth”), para quien Machen redactó un prólogo, será una de las muestras más claras de su perturbación, y se convierte finalmente en clave principal de la novela. 

En un capítulo hacia el centro de la novela N. nos da cuenta de algunos datos sobre la vida de Gawsworth que le llaman poderosamente la atención, y complementa la información mostrándonos dos fotografías, una del Gawsworth vivo – aunque con cara de muerto, le parece a N. – y otra de la máscara mortuoria de Gawsworth. Es así que este enigmático autor es asociado al predominante tema de la muerte en la novela, y más específicamente al tema de la transmigración de las almas, pues el narrador frecuentemente siente que el alma y el destino – trágico y misterioso – de Gawsworth podrían apoderarse de sí mismo. ¿Qué ocurrió en el destino de Gawsworth que le haga ejercer una atracción tan magnética sobre N.? De una manera inesperada logramos terminar por adivinarlo. Y lo que nos ayuda es precisamente el conocimiento de esa fuerza transmigratoria de las almas, pues todas las almas están vivas: All Souls.

Sucede que durante una visita al emérito profesor retirado Toby Rylands, éste le habla, entre otras cosas, de la “sensación de descenso” que todos los hombres experimentan antes o después y que él comenzó a hacer suya hace cuarenta años. También le habla de su tiempo como espía para el servicio secreto británico, tiempo durante el cual tuvo lugar una experiencia que N. considera atroz: fue testigo del suicidio de una persona amada. Cuando N. le habla de esta conversación a su amante Clare Bayes, tiene un peculiar fallo de memoria: cree que el suicidio de aquella persona amada que presenció Rylands tuvo lugar hace cuarenta años, el momento exacto en Rylands comenzó a experimentar su sensación de descenso. Así que inconscientemente N. asocia ambos eventos en la vida de Toby Rylands en su mente. Pero esta anécdota adquiere una relevancia mayor cuando hacia el final de la novela Clare Bayes le relata a N. un secreto de familia. Y es que a comienzos de los años 50, esto es, hace cuarenta años, ya que la novela fue escrita en los ochenta y en ese mismo tiempo parece estar ambientada, su madre Clare Newton tuvo como amante en la India a un tal Terry Armstrong, – ¿puede ser posible que se tratase del mismísimo John Gawsworth?, se pregunta N., – el cual la dejó embarazada, lo que propició que ésta fuese expulsada del hogar por el padre de Clare, y esto resultó en su suicidio al tirarse desde el puente sobre el río Yamuna o Jumna con la llegada del tren, suicido que tiene lugar ante los ojos de un John Gawsworth atónito, de su hija Clare, que observaba esa tarde el puente como de costumbre desde el jardín de su casa, y del padre de ésta. Los tres amaban a Clare Newton en ese momento de su descenso, como Toby Rylands amaba a la persona que vio suicidarse, curiosamente, no parece improbable pensar, hace exactamente cuarenta años, esto es, en los años cincuenta, al mismo tiempo que Gawsworth contempló el suicidio de su amante. ¿Podríamos hablar de una transmigración del alma del malogrado escritor Gawsworth al eminente profesor de literatura y espía oxoniense Toby Rylands? ¿Cómo es posible que estas cuatro personas sufriesen a la vez una misma experiencia horrible? ¿Existe algún tipo de comunión entre las almas? No en vano, N. nos recuerda al final de la novela que para Will, el portero anciano de la Tayloriana, “todas las almas están vivas.”

(25 agosto 2013)