Misterio en ninguna parte

Georges Simenon - La noche de la encrucijada

La encrucijada de las Tres Viudas, situada en la carretera nacional que va de París a Étampes, a tres kilómetros de Arpajon, debe su nombre a la leyenda de una casa allí situada en la que tres viudas vivieron hacía cincuenta años: una madre de noventa años y sus dos hijas de sesenta y siete y sesenta años. Eran tan avaras que vivían exclusivamente de lo que les daban su huerta y su corral, sin apenas salir de casa. Hasta que llegó un momento en que, al no haber sido vistas durante una larga temporada, el alcalde del vecino pueblo de Avrainville se decidió a hacerles una visita y se las encontró a las tres muertas. Decía la leyenda que la hija mayor se había roto una pierna y que por rabia había envenenado a su hermana y también a su madre, hasta que ella misma murió de inanición al no poder moverse del sitio.

Actualmente en la encrucijada hay únicamente una gasolinera con su taller mecánico, que regenta el señor Óscar, el cual vive con su mujer en el piso superior, y dos viviendas más, la casa convencional de un contratista de seguros, Michonnet, y su esposa, y la casa de las Tres Viudas, donde ahora vive Carl Andersen, un misterioso danés que lleva un monóculo en el ojo izquierdo y se dedica al diseño de telas, junto a su hermana Else, que pasa la mayor parte del tiempo encerrada en su habitación por motivos poco claros.

Cuando una mañana de domingo aparece el cadáver de Isaac Goldberg, un corredor de diamantes holandés asesinado de un tiro en el pecho, en el garaje de Andersen, pero dentro del coche nuevo, un seis cilindros, del vecino Michonnet, Carl Andersen se convierte en el principal sospechoso del inspector Maigret.

Pero en sucesivas visitas a la casa de las Tres Viudas, el inspector Maigret no logra dar con la prueba que incrimine a Andersen. La hermana de Andersen, Else, parece el prototipo de la femme fatale, y pasa el tiempo fumando cigarrillos, entre su habitación y el tocadiscos del oscuro salón lleno de libros en diversas lenguas. Andersen parece sentirse devoto a ella. Él cocina y se ocupa de todo, y cuando tiene que salir de casa la encierra en su habitación. En esa atmósfera turbia, “a la vez íntima y desordenada,” vivían los dos hermanos cuando el asesinato de Isaac Goldberg atrae hacia ellos la atención que Carl Andersen había precisamente tratado de eludir al fijar su residencia en un lugar tan aislado.

Mientras, el señor Michonnet no hace más que lamentarse por la pérdida de su coche nuevo, y el señor Óscar, un antiguo pugilista, ahora el jefe de la gasolinera y el taller mecánico donde suelen repostar los camiones de mercancías que se dirigen cada noche al mercado de Les Halles, se muestra cercano y jovial con Maigret: la historia le parecería muy divertida si no fuera que hay un cadáver por medio. Pero ninguno de ellos vio ni oyó nada, y ninguno tiene coartada. La noche en que la viuda de Goldberg llega a la encrucijada es asesinada de un disparo no bien ha puesto un pie fuera del coche. Es entonces cuando el inspector Maigret comprende que el culpable de estos dos asesinatos puede ser cualquiera de los habitantes de esta siniestra encrucijada.

Ésta es la primera novela del inspector Maigret que leo; a pesar de que me encanta el género detectivesco no suelo abordarlo en mis lecturas. Simenon dota a sus novelas policiacas, con fuertes raíces en la literatura popular y folletinesca, de un sensible componente estilístico, siguiendo el consejo de Colette, marcado por concisas descripciones casi poéticas y el tratamiento que humaniza a los protagonistas (Rafael Conte habló de “la humanización del enigma” en las novelas de Simenon).

Esta versión en español deja entrever la pureza del estilo de Simenon, pero quizás la traducción de algunos coloquialismos del francés original ha resultado un poco artificial o pasada de moda, lo que entorpece la lectura. No es la primera vez que las traducciones de la jerga popular al castellano me resultan indigestas en la literatura. No suele considerarse la conveniencia de minimizar el efecto del lenguaje popular en las traducciones cuando no se cuenta con herramientas convincentes. Otro pequeño pero a esta edición de Acantilado: la portada reproduce una fotografía muy hermosa de una calle de París, ciudad que sólo  aparece de manera secundaria en la novela. El interés recae en una encrucijada solitaria en la carretera nacional, donde se ha producido un llamativo crimen. A pesar de que la lista de sospechosos se reduce a los escasos habitantes de la encrucijada, el desenlace resulta sorprendente.

Como dato curioso, Jean Renoir realizó una adaptación cinematográfica: La nuit du carrefour, en 1932. Y una coincidencia peculiar en la que he reparado durante la lectura de esta novela: Simenon falleció en Suiza el 4 de septiembre de 1989, mientras que el principal sospechoso de esta historia trabaja para la casa Dumas et Fils, en la rue du 4-Septembre.