La medición del deseo

Rachel Cusk, Segunda casa, Libros del Asteroide, 2021.

¿Puede la búsqueda del significado del arte revelarse como un problema sentimental? Segunda casa (2021) de Rachel Cusk, revela cómo la experiencia del arte facilita que nos situemos en el mundo, del mismo modo que la experiencia del amor auténtico posibilita la definición de nuestra existencia, la concreción del ser.

M vive con Tony, su segundo marido, en una casa en unas remotas marismas de Inglaterra. Con el tiempo acondicionaron una segunda casa en unos terrenos adyacentes, donde acostumbran a acoger a artistas invitados, una generosidad que goza de desigual fortuna. Quizás haya algún enigma en aquel paisaje único de la marisma que merezca ser descifrado a través de la visión creativa. Desde que descubrió la pintura de L una soleada mañana en París, M ha experimentado una alteración radical en su existencia. Intuye que un conocimiento más cercano del arte de L le proporcionará las coordenadas para aprender a decirse, un lugar desde el cual adquirir el verbo creativo. Al invitar a L a pasar una temporada en la segunda casa se siente conmovida por la posibilidad de consumar la trascendencia que este arte le promete.

Tony, el marido de M, es un hombre natural, juntos comparten una mística de la cotidianeidad insertada en aquel paraje, una intimidad transparente y apenas perceptible. La novela también es una reflexión sobre la maternidad, sobre el sacrificio que supone ceder espacios vitales, sobre el juego de espejos que se desarrolla al ver madurar a una hija, ese fenómeno por el que la biografía se desprende del ser y somos capaces de verlo todo nuevo.

El amor que M intuye a través de su experiencia del arte de L se le aparece como tormento, como plenitud y como daño. El verdadero arte es sin duda la cesión del fuego de los dioses, una forma de participación en una libertad sin medida que nos vivifica y que nos hiere. La consumación del arte solo es comparable al amor que se aguarda y al amor al que finalmente se asiste como si fuésemos testigos de un acontecimiento.

Segunda casa es una novela que aborda el problema de la creación, también de la creación de uno mismo, que a veces sucede por la comunión con los objetos artísticos, y, según intuye M, a través de las conversaciones y de las relaciones con los artistas que los crean. “Pensaba en él –en realidad en su obra– cíclicamente, como una consumación. Una consumación de mi yo solitario en la que encontraba una especie de continuidad.” La novela también es una celebración del raro don, o del engaño, de lograr hallar la propia trascendencia en la íntima comunión con la obra de otra persona. La búsqueda de M parte de su pavor ante el desorden propio, de su necesidad de interiorizar la habilidad del artista para conferir la existencia a sus creaciones.

M tiene una fe absoluta en el poder curativo de los efectos trascendentes del arte. Su íntima convicción es que, al invitar a L a la marisma, logrará dilucidar la relación oculta entre el arte de L y la profunda crisis que sufrió en su pasado, motivada por el fracaso de su anterior matrimonio.

Para desentrañar el misterio, M se propone observar las relaciones que se despliegan a su alrededor y trata de retener sus hallazgos, como quien asiste en silencio al embrollo del cual se desmadejará, como por arte de magia, alguna personal y definitiva victoria. Tal abrumadora exhibición de fe contemplativa depende de la consideración del arte como materialización de una verdad trascendente.

La felicidad silenciosa de M junto a Tony en el jardín de su marisma se verá amenazada por la serpenteante irrupción de L y su inoportuna acompañante. Tony y M se enfrentarán al problema que supone acoger a extraños en el propio círculo íntimo, ese descaro por el que un punto de vista ajeno nos invade. Se trata también de ensayar la mirada del otro, una mirada en la que recrearnos, que reordena nuestra realidad, aunque en ocasiones sea de una manera devastadora. Segunda casa propone una reflexión sobre las frágiles construcciones sobre las que asentamos nuestras vidas, siempre susceptibles de ser derribadas por virtud de las íntimas colisiones con quienes nos rodean y que suceden en un débil instante.

M necesita explicarse la manera en que su experiencia está traspasada por su percepción particular del arte de L: ¿qué implicaciones tiene para su vida cotidiana y también para su matrimonio el hecho de que la visión de L, o lo que ella percibe como su visión, impregne su vida? M llega a intuir la posibilidad de aceptar su comunión con el arte de L como un regalo que la implica en el proceso de su creación de sí misma, de su vivencia de la realidad, sin llegar a modificar las condiciones de su existencia cotidiana.

M es profundamente consciente de sus propias imperfecciones. Le produce pesar su propia naturaleza fragmentaria y desordenada; ante sus ojos L se aparece como un ser perfecto y libre, y ella necesita interiorizar esta perfección, hacer suya la libertad de una existencia íntegra.

Las perfecciones de L también hacen que este sea incapaz de concebir la realidad; su vida transita entre la desilusión que le producen los demás y el sueño vano de sí mismo. Su eventual insatisfacción y desarraigo no es más que una excusa para evitar repetirse, para evitar que se consume esa coincidencia fatal para su ego entre lo que proyecta ser y lo que es.

Subyace el tema de la crítica a la retórica del hombre-artista, del artista consumado. Parecería que la mujer tiene una relación más problemática con la revelación, más honesta y sincera.

M persigue su intuición de la verdad, el desarrollo de una cierta esencia del espíritu en el tiempo, su afán de que finalmente se despliegue la justicia, también en sus relaciones más íntimas. La vida social aparece como juego, como un escenario en el que se lleva a cabo una constante medición de fuerzas, frecuentemente con resultados catastróficos para el ego.

M se siente una expectadora de su propia realidad deshabitada. Su interés está en la deducción y el análisis más que en la experiencia. La vida social que se despliega a su alrededor le ofrece la posibilidad de interrogarse sobre su propia existencia. Conocer a L supone sumirse en la vivencia de relaciones personales con el poder de desdibujar la experiencia, de cuestionar los perfiles reconocidos, de emborronar el yo. Así llega a comprender que las certidumbres morales por las que elaboramos nuestro mundo pueden ser producto de la imaginación. ¿Hay quizás una realidad externa a nuestras proyecciones, una verdad que se impondría a nuestras parciales figuraciones? Quizás atender a esta verdad significa destruirnos lentamente; también significa salvarnos. Un sutil ejercicio mental de escepticismo ante la propia realidad conocida, esa medición consciente del deseo, podría cambiar nuestras vidas.

M aspira a asomarse a la creación como medio para reparar su pérdida de fe en su vida anterior. Las creencias a las que se había aferrado para interpretar el sistema de sus relaciones personales corren el riesgo de derrumbarse. Entiende que proyectar altas expectativas hacia los demás también implica un desprecio de sí misma. Aún así, buscará a L, contrariamente a todo lo que la vida le ha enseñado, a pesar de la amenaza que supone a su plácida existencia con Tony, siendo consciente de que sin subjetividad tampoco existe la historia, solamente la vida desplegándose en toda su crudeza a cada instante.