Entre la atrocidad y el amor

Elvira Navarro - Los últimos días de Adelaida García Morales

En la polémica en torno a la publicación de Los últimos días de Adelaida García Morales (2016) por Elvira Navarro, esta valiente autora ha sido más que injustamente tratada. La acusación vertida por Víctor Erice en Babelia (El País), en el tristemente famoso artículo “Una vida robada,” por la que éste echa en cara a Elvira Navarro que no haya respetado los límites entre la realidad y la ficción, utilizando la identidad de su fallecida exmujer la escritora Adelaida García Morales en su libro, no tiene sentido a la luz de lo afirmado por Carlos Pardo en el artículo, también publicado en El País, de Maribel Marín, “La ficción también duele:

“Nadie pidió a Mörike en su Mozart de camino a Praga ni a Büchner en la obra maestra Lenz que se documentaran ni que preguntaran a la familia.”

Y, más adelante, en las palabras de Javier Cercas:

“Tolstói no le pidió permiso a Napoleón para meterlo en Guerra y paz, Shakespeare mete todo lo que quiere…”

Un célebre ejemplo reciente del uso de personajes reales como punto de partida para la elaboración de una obra de ficción es la exitosa y ampliamente subjetiva novela de Julian Barnes inspirada en Dmitri Shostakóvich, El ruido del tiempo (2016).

Y, curiosamente, el propio Erice ha recurrido a la obra de Orson Welles para promocionar sus talleres de cine “Rosebud” a los que se puede acceder en su página web https://www.rosebudtalleresdecine.com/, y no creemos que haya tenido la deferencia de consultar a la familia y amigos del célebre cineasta norteamericano.

Vemos, por lo tanto, que la realidad es y ha sido una fuente constante de elementos en base a los cuales desarrollar productos artísticos, aunque en el caso de los talleres de cine de Víctor Erice, el uso que hace de la palabra Rosebud es meramente comercial.

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En la argumentación de Víctor Erice, éste resalta que Elvira Navarro se refugia detrás de los personajes de su obra – “una suerte de burladero intelectual,” dice él – que tienen el objetivo de “resguardarla de los riesgos que entraña pisar el ruedo.” Parece que el cineasta la pretenda acusar, con su lenguaje enrevesado, de utilizar la ficción para perpetrar una difamación sobre su persona y la de Adelaida García Morales: “me preocupaba que el libro de Navarro incurriera en un uso vano de nuestros nombres,” dice en la primera parte del artículo. Y también dice: “Tras la lectura pude comprobar que Navarro me hace irrumpir en su texto en más de una ocasión, aludiendo no sólo a mi condición de director de la película El Sur, sino también como expareja de Adelaida.” Sin embargo, en ningún caso hace mención de su derecho a acudir a los tribunales para reparar los posibles daños a su imagen y/o a la de su exmujer. Lo que sí deja caer es su convicción de que Elvira Navarro habría utilizado el nombre y la identidad de Adelaida García Morales con fines publicitarios y lucrativos, rehusando dar a su libro el nombre, dice Erice, por poner un ejemplo, de Los últimos días de Paquita Martínez.

El caso es que Víctor Erice confirma por sí mismo que la anécdota de la que parte Elvira Navarro para la elaboración de su obra es real: “lo único real que contenía el texto era una anécdota protagonizada por Adelaida pocos días antes de morir, según la cual había acudido a la Delegación de Igualdad del Ayuntamiento de Dos Hermanas pidiendo 50 euros para poder ir a ver a su hijo en Madrid.” El lenguaje empleado por Erice en este momento también se presta a los equívocos. Dice que la anécdota es “lo único real,” pero también afirma que “según” esa anécdota Adelaida García Morales había acudido a dicho ayuntamiento para pedir dinero, un uso del lenguaje que arroja sombras sobre la veracidad de la misma anécdota que se acaba de describir como “real.”

Sin embargo parece en mi opinión perfectamente legítimo que una escritora que se confiesa gran admiradora de otra escritora de una generación anterior, decida tomar la pluma y dejar discurrir su inspiración creativa para acercar la figura de ésta a un público contemporáneo que por obra y gracia de la total pasividad de las entidades culturales y de la crítica literaria del país, apenas la conocía, y esto parece especialmente grave teniendo en cuenta la excelente calidad literaria de su obra.

Hubo una reacción contra Elvira Navarro en las redes sociales a raíz de la publicación del artículo acusador de Víctor Erice, pero dudo que todos los ofendidos se hubiesen siquiera leído la obra de Navarro, pues si lo hubieran hecho habrían comprobado que la crítica de Erice no se sostiene. Para cualquier lector mínimamente cualificado resulta fácil distinguir los elementos reales de los ficticios en Los últimos días de Adelaida García Morales. La anécdota protagonizada por la autora en el ayuntamiento de Dos Hermanas en los últimos días de su vida ya ha declarado el propio Erice ser cierta (o eso creemos). Sacando esa anécdota, todo lo demás referido a Adelaida García Morales es claramente ficticio, a no ser que el lector crea posible que García Morales fuese visitada por un sátiro llamado Adam que la empujaba a realizar rituales con los que ultrajar a la Virgen en el cementerio de su localidad. A todas luces, todo esto es una recreación imaginativa con tintes góticos y claramente irreales.

El caso es que en esta parte ficticia de la narración es donde Elvira Navarro alcanza, a partir de sucesos enteramente imaginativos, a expresar una verdad – y una crítica – más patente y más profunda. El sátiro, representante de la lascivia masculina – recordemos que un sátiro es una figura mitológica con cabeza y torso de hombre y la parte inferior del cuerpo de macho cabrío – curiosamente se llama Adam, como el primer hombre de la Creación, y es aquí cuando resuena la crítica feminista en el libro de Navarro. Víctor Erice ha manifestado sentirse ofendido por la portada del libro de Navarro, en la que se muestra un retrato coloreado que él realizó a Adelaida. No es para menos, junto a esta fotografía, que reposa sobre una mesa, hay dos libros, y en la portada de uno de ellos podemos leer claramente el nombre de la escritora norteamericana Siri Hustdvet, la esposa de Paul Auster, que ha presentado recientemente su libro de ensayos La mujer que mira al hombre que mira a las mujeres (2017), una perspectiva feminista sobre el mundo del arte, y que utilizó su novela Un mundo deslumbrante (2014) como catarsis de su frustración por el escaso reconocimiento a su obra, cuya repercusión en los medios según Hustdvet se ha visto disminuida por el hecho de ser ella la esposa de Paul Auster.

Y bien, quizás Elvira Navarro también crea, podemos deducir por su elección de portada, que Adelaida García Morales vio el reconocimiento a su obra ensombrecido por el prestigio y la notoriedad de su marido Víctor Erice, y, a pesar de que la propia Navarro rehúse hablar de literatura femenina o de los valores femeninos en la obra de García Morales, su principal cometido con Los últimos días de Adelaida García Morales parece ser la realización de una crítica feminista del desgraciado destino, literario y personal, de tan excelsa escritora. Y es en este contexto cuando especialmente duele que en su artículo “Una vida robada,” Víctor Erice describa a su fallecida exmujer con las siguientes palabras: “Logró cierta fama literaria, aunque efímera.” Parece que Elvira Navarro hubiera pretendido, ante semejante falta de entusiasmo, no sólo homenajear a la autora extremeña, como ella misma ha declarado, sino también traerla a la atención de las nuevas generaciones de lectores, aquellos que éramos niños cuando El Sur seguido de Bene y El silencio de las sirenas salieron a la luz y que por lo tanto no pudimos llegar a conocer a esta escritora en los años oscuros, con escasa repercusión mediática a pesar de que siguió trabajando, que siguieron a su divorcio.

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Elvira Navarro se fija en dos escenas principales de la película en las que la adaptación del relato chirría especialmente. El personaje de la concejala de Cultura del ayuntamiento, a través de quien se vertebra parte de la narración en la primera parte del libro, siente remordimientos tras el fallecimiento de Adelaida García Morales por no haberle gestionado bien la ayuda, y decide leer su relato más famoso, El Sur, y ver la película de Víctor Erice con el fin de ayudarse a tomar una decisión sobre el probable homenaje que piensa que podría organizar desde su puesto en la concejalía de Cultura. Es ilustrativo que sea la concejala de Igualdad la que ve como la cara oculta de su conciencia. La tensión entre las concejalías de Cultura e Igualdad en el ayuntamiento de la historia podría verse como una representación de la base crítica del libro de Navarro: el rango inferior otorgado a las mujeres en el ámbito cultural aún en nuestros días se encontraría en parte detrás del ostracismo sufrido por García Morales a lo largo de su carrera – inexplicable a tenor de la extraordinaria calidad literaria de su obra en nuestro panorama narrativo y del nivel del auto-exigencia de la escritora – pero especialmente desde su divorcio y su caída progresiva en la depresión.

A la concejala le produce asco la “deriva incestuosa” de la película, que comienza a manifestarse más claramente en las escenas que describen la primera comunión de Estrella, especialmente en ese pasodoble que su padre baila con ella, al tiempo que el personaje de Rafaela Aparicio (que no aparece en el libro) no deja de repetirle a Estrella que con su vestido de comunión parece “una novia.” El tono de la descripción de la primera comunión en el libro de Adelaida García Morales es bien distinto. El padre no se va a las colinas colindantes a disparar tiros para manifestar su hombría. En el libro la niña, Adriana, lejos de quedar sometida al padre a través del ritual de emparejamiento que supone bailar el pasodoble juntos, escena, que, como he dicho, no tiene lugar en el libro, tiene un arrebato místico en la iglesia. El amor entre ambos es, en este momento, puro. Cuando ve que el padre se ha acercado a la iglesia a pesar de ir en contra de sus ideas, se dispone a realizar un sacrificio ante Dios por amor hacia su padre:

“No te habías preparado como para una fiesta. Pero a mí eso no me importó, pues, viéndote en aquella penumbra que te envolvía, me pareció que soportabas una especie de maldición. Por primera vez temí que pudieras condenarte de verdad. Entonces, cansada ya de tantos padrenuestros inútiles como había rezado por ti, se me ocurrió hacer un trato con Dios. Le ofrecí mi vida a cambio de tu salvación. Yo moriría antes de cumplir los diez años: si no era así, significaría que nadie me había escuchado en aquellos momentos.”

No se dice en el libro de Adriana que parece “una novia” cuando hace la primera comunión. Eso sí, su padre le dice “Pareces una reina.” La vinculación de Adriana con un don especial, tal como el regio, no termina aquí. En dos escenas que aparecen en el libro pero que no fueron introducidas en la película Adriana emula a Juana de Arco. Tiene una amiga de su edad que se convierte en blanco de su hostilidad, Mari-Nieves, y en sendas ocasiones la ataca, la segunda de ellas después del convite de su primera comunión: “Yo llevaba puesto mi vestido blanco de reina. Esta vez me sabía llena de razón.” La fortaleza interior de Adriana es así proyectada agresivamente hacia el exterior; es la misma fortaleza con la que superará el deseo de su padre de someterla, lo que acaba provocando el suicidio de éste quizás en mayor medida que su fallida relación con Gloria Valle / Irene Ríos.

La representación de la otra mujer que el padre de Adriana amó es quizás otro de los puntos en que hay una divergencia importante entre el libro y la película. Este personaje incluso adquiere un nombre diferente en el film: Irene Ríos, que en realidad es el nombre artístico de la mujer, que es actriz. Las escenas de la película en que aparecen Irene Ríos – una película dentro de la película –, el cine Arcadia y el café Oriental son enteramente la invención de Víctor Erice, y su resultado es bastante desigual.

En el libro no hay una visita de la abuela y su criada, sino que la abuela enferma y los padres de Adriana van a Sevilla a acompañarla en su muerte. Es allí que el romance del padre con Gloria Valle revive o quizás sale a la luz; podemos suponer que se encontrase con ella allí, ya que era vecina de la casa familiar. Adriana percibe el cambio a su regreso: “Supe que en tu vida había existido otra mujer.” Gloria Valle les envía cartas a casa que la madre destruye. Al comprobar el estado de postración en que se haya su padre, la imagen de éste que tiene Adriana se altera: “Te vi envejecido y, al mismo tiempo, desvalido como un niño.” Es entonces cuando empieza a comprender que ella también puede sobreponerse a él, siguiendo el ejemplo de Gloria Valle.

La historia en la película es bien distinta. Mientras que en el libro Gloria Valle es una mujer angelical que el padre conoció en un baile de disfraces cuando ambos tenían quince años: él iba vestido de don Juan con una careta de diablo (recordemos a Adam, el sátiro que asalta a Adelaida García Morales en el libro de Elvira Navarro) y ella iba vestida de Doña Inés. He aquí otra imagen, muy poderosa, de la pureza femenina frente a la lascivia diabólica del hombre. Pero nada de esto es representado en la película de Erice, en la que Gloria Valle pierde los atributos trascendentales de su nombre (Gloria) y pasa a adquirir el lascivo, por húmedo, apellido Ríos. Irene Ríos no es una Doña Inés angelical sino una actriz de segunda a la que suelen dar papeles de mujer fatal. Con estas modificaciones en el guion Víctor Erice se permite hacer su homenaje particular al mundo del cine; Irene Ríos incluso aparece cantando el clásico tema, Blue Moon, que hizo famoso Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes (1961), un momento de la película en el que Erice no le importó hacer uso de la propiedad intelectual ajena. En todo caso, vemos como la historia de El Sur pierde los atributos místicos de que goza la representación del amor en el proceso de adaptación al cine.

Otro ejemplo de la deriva lasciva de la película está en la importante escena en la que Adriana se esconde debajo de la cama durante varias horas. Dice Adriana:

“Un día decidí escapar a tus ojos, aunque me quedara en casa. Quizás con mi fingida desaparición deseara descubrir en ti una necesidad desesperada de encontrarme. Así que me escondí debajo de una cama. Me armé de paciencia, dispuesta a no salir de allí en mucho tiempo.”

Vemos que la decisión de Adriana de esconderse es una manera de llamar la atención de su padre, que está ahora sumido en la melancolía que le produce el recuerdo de Gloria Valle. En la película el padre golpea rítmicamente el suelo de su estudio en el ático con el bastón, al tiempo que la niña llora. Mientras se desarrolla este juego licencioso, la madre acaba finalmente encontrando a Adriana debajo de la cama, y en ese momento le pregunta por qué llora, a lo que Adriana responde con una contundente exclamación: “¡Porque me gusta!” El equívoco sobre el posible placer que la niña derivaría de la sonoridad rítmica de los golpes del bastón del padre no aparece en el libro, pues en el libro no existe tal bastón. Sí que hay un momento bastante anterior en el que, en una escena en un contexto totalmente diferente, Adriana contesta “¡Porque me gusta!” a la pregunta de su madre de por qué llora. Pero en esa escena la niña llora porque la madre es distante con ella, y no interviene el padre en absoluto: “¡No la quiero porque ella tampoco me quiere a mí!,” había exclamado Adriana con anterioridad.

Podemos ver que mientras que la niña sufre un cierto proceso de perversión en la película, en el libro su pureza se mantiene intacta. Es demasiado lista para dejarse someter, y de hecho las escenas finales que tienen lugar en Sevilla cuando conoce a su medio hermano Miguel demuestran el grado de dominio que ha adquirido sobre el sexo opuesto, pues es capaz de encandilar al chico desde el conocimiento de que éste está condenado a sentirse decepcionado.

Cuando visita la casa familiar de su padre en Sevilla después del suicidio de éste hay una imagen por la que nos queda claro que Adriana es responsable del suicidio de su padre:

“Por primera vez me dirigía a la que había sido tu habitación. En ella, un escarabajo de noche se hacía el muerto. Había quedado rezagado y, sin darme cuenta, lo pisé. El leve crujido de su cuerpo me provocó una repugnancia sin límites y una lástima absurda.”

Es así como sabemos que además de sentir lástima por su padre, Adriana ha terminado por sentir repugnancia ante el interés de éste por ella, que se hace explícito cuando ella es adolescente, a través de los suspiros y quejidos de éste en la noche, y únicamente de esta manera, pero no cuando es niña.

Sin embargo, la niña Estrella es una niña sometida sexualmente en el film. Cuando crece, papel que interpreta con mucha gracia Icíar Bollaín, vemos que su interés por su padre ha pasado, pero en la película esto se relaciona con que ella ha encontrado un sustituto, el Carioco. Ni qué decir tiene que el Carioco no aparece en el libro. Hay un chico, Fernando, con el que la Adriana adolescente camina a veces y que despierta celos furibundos en el padre, lo que propicia su suicidio, pero el papel de este Fernando es mínimo, no llega en realidad a ocupar el rango de sustituto, y además en seguida se va del pueblo, mientras que al final de la película podemos asumir que la relación entre Adriana y el Carioco ha progresado.

La concejala de Cultura se siente especialmente molesta por la escena del padre charlando con la hija tras la comida en el Gran Hotel. La escena que se corresponde con ésta en el libro tiene lugar en el jardín de la casa. El restaurante del Gran Hotel nos sugiere una cita romántica un tanto decadente, un intento de seducción desesperado, que se ve incrementado por el hecho de que en un salón contiguo se celebre una boda cuyos novios acaban bailando el mismo pasodoble de la primera comunión de Adriana. En el libro la cita final tiene lugar en el jardín de la casa, el lugar en el que padre e hija jugaban con el péndulo en aquellos momentos idílicos del pasado, cuando su relación era completa. En esta cita en el jardín Adriana pregunta al padre por el secreto de Gloria Valle, al tiempo que en la cita en el restaurante Estrella interroga al padre sobre Irene Ríos. “¿Es ese el motivo de tu sufrimiento?” pregunta una Adriana ya madura y compasiva. El padre responde con estoicismo: “Mira, el sufrimiento peor es el que no tiene un motivo determinado. Viene de todas partes y de nada en particular. Es como si no tuviera rostro.” Una escena muy distinta tiene lugar en el restaurante del Gran Hotel entre Estrella y su padre, en la que el padre se emborracha. Estrella le pregunta quién era Irene Ríos, y el padre niega haberla conocido. Después de que el padre va al baño, Estrella dice que tiene que irse. El padre le pide que no vaya a clase. Parece que quisiera consumar su relación. “No te entiendo,” dice Estrella. Entonces el padre suelta una frase fatal: “Y cuando eras así de pequeña, ¿tampoco me entendías?” A continuación suena el pasodoble de la comunión.

En la película por tanto el padre termina por hacer su perversión de su hija explícita. En el libro no existe tal perversión, sino que hay un estado de enamoramiento platónico entre hija y padre que la hija supera sin llegar a corromperse, logrando crecer como mujer y mantener en su espíritu la nostalgia del romance imposible con su progenitor más allá de la muerte de éste.

Ferrol

25 de agosto de 2017

Autor: Lorena Porto

Profesora de inglés. Libros y traducción literaria.

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