La visión del dolor

“Nacer con un don implica una responsabilidad hacia los otros.”

Cuando muere su madre, Cometierra se siente incapaz de aceptar la separación, el cese de ese vínculo. Es sólo una muchacha y no le han dado explicaciones. Cegada por la furia, su instinto es abalanzarse sobre la tierra de la tumba en la que arrojan a su madre, y tragarla, y al tragar esta tierra dolorida se desarrolla su poder visionario. Tiene lugar la primera de sus visiones, que le hace comprender que su madre ha sido víctima de la violencia de su padre. Es el primero de los feminicidios que se esclarecen a la luz de la tierra que traga Cometierra. Desde ese momento, su poder visionario se irá afianzando. Sabe que nacer con un don implica una responsabilidad hacia los otros.

El estigma del don visionario ha dejado solos a Cometierra y a su hermano mayor Walter en la humilde casa familiar en las afueras de Buenos Aires. Allí, poco a poco, su poder de videncia crece más allá de cualquier esfuerzo que su voluntad pudiera hacer por domarlo. Aquella casa está atravesada por la muerte, pero le pertenece. La tierra que la rodea es su tierra. Así que allí permanece, y allí va creciendo, madurando, convirtiéndose en una mujer que asume su don y la necesidad de perpetuarlo. Ha ido creciendo como un jardín asilvestrado, como la pasionaria que amenaza con tragarse la casa entera. Entre los vecinos del extrarradio el temor y las iniciales represalias parecen haber dado lugar a la tolerancia, incluso a una callada veneración. Sobre la tierra de su propiedad depositan las botellas con la tierra de las personas desaparecidas. La gente necesita encontrar los cuerpos, localizarlos, a veces rescatar a una joven raptada, o descubrir los rostros de los criminales. Así, cuando su corazón se lo señala, debe elegir una de las botellas para tragar una tierra que sabe a muerte, porque en ella yacen los cuerpos de las mujeres violentadas y asesinadas que se hacen visibles ante ella en la oscuridad, como si las mujeres, al convertirse en víctimas, pasaran a habitar la tierra.

Cometierra va haciéndose mayor a medida que avanza la historia. Desarrolla sus propios principios: una sororidad compasiva; la conmiseración con las mujeres que están en la tierra es algo instintivo, sólo ellas están libres de sombras. El estigma de su don sitúa a Cometierra frente al mundo en soledad, apoyándose solamente en la lealtad de su hermano Walter, y de aquellas personas capaces de conquistar el suficiente amor como para traspasar el umbral que la rodea y habitar su aura. Ella, casi siempre aislada, estigmatizada, y poco dada a establecer vínculos, apenas puede proyectarse en los otros, así que extiende su conmiseración para con las víctimas.

Su maestra, la seño Ana, víctima de un feminicidio resuelto por Cometierra, la visita en sueños entre cada una de sus experiencias visionarias y las siguientes, entre uno y otro cuerpos violentados, entre una mujer ultrajada y otra. Ella le inspira a desarrollar esa sororidad de la conmiseración, la sororidad de las mujeres que han sido dañadas o que han sido testigos dolientes de las víctimas. Una mujer visionaria sabe que el dolor es lo último que se borra. La seño Ana viene a sustituir el vínculo materno, pero, a medida que Cometierra crece y se hace adulta, Ana va perdiendo en autoridad y ganando más cercanía. Ana se ocupa de Cometierra, la ayuda a salir de cada experiencia indemne y fortalecida. La maestra de la escuela se convierte en maestra de sororidad visionaria. Entre un caso y otro, Cometierra experimenta el amor, pero el avance no se produce siempre hacia adelante, sino frecuentemente en círculo. Ella es una mujer desconfiada, que crece mirando hacia atrás. Hacia el final de la historia, Cometierra y su hermano Walter deberán enfrentarse a los miedos de su infancia, a la violenta traición de su padre, a los asesinos de la seño Ana. Cometierra, novela inspirada en el drama del feminicidio en Argentina al que responde el movimiento #niunamenos, no presenta una historia en que los personajes masculinos sean un mero accesorio; su alcance no está minimizado. Parece que la reflexión sobre la masculinidad es el paso previo necesario para combatir la violencia hacia la mujer. Sólo si Cometierra y su hermano Walter han aprendido lo suficiente -¿y es posible aprenderlo todo, siendo tan joven y tan pobre?- sobre el odio y el amor lograrán salir indemnes y asimilar los dolorosos compromisos que a veces se deben pactar con la oscuridad del ser humano.